Las hojas se caen y predomina una suave nostalgia, a veces emparentada con cierta tristeza. Hay momentos que saben a puro otoño y uno de ellos es el atardecer. Y también están las estaciones del alma, pero de ellas hablaremos otro día, cuando se caigan algunas hojas más... El otoño expresa una transición importante en el devenir de los incesantes cambios que caracterizan a la vida: está entre el esplendor exuberante del verano y el recogimiento del invierno. Por eso se nota tanto el cambio en los hábitos del sol, que duerme más temprano y se levanta más tarde que durante el verano, cuando todo parece luz y fuego. También cambia la temperatura, que va disminuyendo en promedio.
Y tanto las plantas como los animales nos enseñan cómo debe cuidarse la vida cuando cambia: aquellas dejan el follaje que no podrán mantener y éstos acopian alimentos para superar la incertidumbre del frío invierno. Con el otoño llega el sentimiento de recoger, de guardar, mezclado con la sensación de pérdida cuando la luz empieza a debilitarse y el aire se enfría. Por eso el Nei Jing dice que laenergía del otoño es cortante, retractiva y supresora: tiende al recogimiento y resecamiento. La función crítica del Metal (el Otoño en la Medicina Tradicional China se relaciona con el elemento Metal) es la respiración, ya que aquí los pulmones y el resto de las vías respiratorias son protagónicos. Y el olfato es el sentido más desarrollado o inhibido, según la evolución de las cosas y la vida.
En la vida de los hombres también hay un otoño, que coincide con la madurez del ser y permite la irrupción de los recuerdos sin que estos paralicen o entristezcan demasiado. Es el momento de cosechar lo que se ha sembrado, el tiempo de dar y recibir con esa paz que ya no necesita la euforia incendiaria del verano, un poco veleidoso y tal vez inseguro.
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